Este viaje comenzó como muchos de los mejores: sin un plan demasiado elaborado, solo la intención de ver algo nuevo. Luego de pasar por Cremona, Liubliana, Sibiu llego a Brasov; el camino me llevó a través de montañas, valles, y algunas paradas imprevistas que valieron cada minuto.

¿Qué mejor que un buen recorrido por carretera para empezar a sentir el aire fresco y el cambio de paisajes? Esas primeras imágenes al llegar fue lo tradicional que es la ciudad, tantas fotos tengo que voy a dividir mi recorrido por la ciudad en dos o tres post, admito, no tienen un orden cronológico, solo como fui caminando y las cosas que me fui topando en la calle en esta bella ciudad de Transilvania.


Un solo post no tenía sentido, una ciudad muy verde, llena de parques y naturaleza, por eso tome la decisión de hacer una trilogía para poder darte más detalles de lo que vi.


El poeta rumano Lucian Blaga (1895–1961), nacido en el corazón de Transilvania, fue un filósofo, dramaturgo y diplomático, cuya obra está profundamente conectada con el paisaje y el alma de Rumanía. Blaga creía que la naturaleza era el lenguaje sagrado de la existencia, una forma de comunicación silenciosa entre el hombre y el universo.

En uno de sus escritos decía: “La eternidad nació en el campo”, una frase que cobra vida entre los verdes senderos de Brașov, donde los árboles, las montañas y el silencio invitan a detenerse, respirar y escuchar. Para él, lo natural no era fondo, era protagonista. Y es esa misma sensación la que uno encuentra al caminar sin apuro por estas tierras.


Hice una pausa. Venía retratando en blanco y negro, como suelo hacer cuando busco textura, silencio y sombra. Caminaba entre calles estrechas, paredes ásperas y tejados antiguos. Pero de pronto, ahí estaba: una la iglesia ortodoxa de miles que estan en la ciudad, con sus cúpulas brillando como si el sol se hubiera quedado a vivir sobre ella. El color me empujó. Los dorados, los verdes, los rojos. Todo vibraba. Guardé la sombra en el bolsillo, y encendí el color.
Llena de color me crucé con la Iglesia Beserica Buna Vestire.
La Biserica Buna Vestire es un tesoro escondido. Por fuera, discreta; por dentro, un estallido de color y brillo. Cada rincón está pintado, cada cúpula dorada refleja la luz como si el cielo bajara a tocar las paredes. Entrar es como cruzar a otro mundo: cálido, vivo, sagrado.




Frente a mí, una pared viva. Íconos ortodoxos bañados en dorado, rostros serenos con halos que brillaban bajo la luz tenue de la iglesia. A la izquierda, una escena bíblica llena de movimiento: figuras caminando por montañas rosadas, camellos, túnicas, manos que se alzan en gesto de fe. Abajo, la ciudad antigua en tonos suaves, como si flotara. A la derecha, dos santos de pie, uno con cruz y túnica roja, el otro con vestimenta tradicional rumana. Todo enmarcado con letras eslavas doradas y detalles que parecían bordados en sombra.





Me detuve frente a este rincón de la iglesia y no pude hacer otra cosa que quedarme en silencio. Cada color, cada trazo, cada mirada dorada cuentan una historia. La luz acariciaba los detalles, es imposible no sentirse sorprendido frente a tanta devoción pintada, tanta historia en una sola imagen.




En la entrada de muchas iglesias ortodoxas, como la Biserica Buna Vestire, hay dos espacios distintos para encender velas. Uno es para los vivos, y otro para los que ya partieron. Encender una vela por los vivos es un acto de fe, una forma de pedir protección, salud, luz en su camino. Las velas por los muertos, en cambio, son una oración encendida, una manera de recordar, de mantener presente el alma de quienes amamos. La luz de esas velas es más que fuego: es memoria, deseo, conexión.


Al salir de un lugar espectacular, tuve la oportunidad de conversar (en inglés) con personas de la iglesia muy amables, me invitaron a convertirme en ortodoxo y me explicaron un poco, seguí mi recorrido en compañía de mí guía turística querida y muy especial.
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Te invito a que me acompañes en esta aventura fotográfica, cámara en mano y con mi fiel 50 mm colgado al cuello. No hay trucos ni producción, solo el deseo de caminar, mirar con calma y capturar esos detalles que a veces se nos escapan. Colores, texturas, luces suaves… en esta trilogia de Brasov, todo lo que hace que un lugar te hable sin decir nada.