Liubliana, entre callejuelas, puentes y el río que lo conecta todo

Home / Lugares / Liubliana, entre callejuelas, puentes y el río que lo conecta todo

Liubliana fue una parada rápida en el camino, después de ocho horas manejando. El cuerpo pedía un respiro y el hambre apretaba. Así que decidí bajarme, caminar un rato y buscar algo para comer. La ciudad me recibió con una luz fuerte y frontal, la menos fotogénica para mí. Igual saqué la 5D con el 50mm y me lancé a capturar algo de lo que veía, aunque sin muchas expectativas. A veces, la ciudad sorprende justo cuando no la estás buscando.

El casco antiguo: historia viva entre adoquines

Las calles empedradas del centro histórico tienen ese aire que no se fuerza. Todo parece fluir con naturalidad. Las fachadas antiguas, los puentes peatonales, los mercados callejeros… es un sitio para perderse sin mapa. Me sentí caminando en una ciudad que sabe contar su historia sin necesidad de museos.

Además, el ambiente es relajado. Hay músicos callejeros, artistas pintando al aire libre y muchos locales disfrutando de su día. Lo interesante es que todo eso convive con tranquilidad, sin multitudes, sin ruido excesivo. Un equilibrio raro, pero que se siente bien.

El río Ljubljanica: el alma de la ciudad

El Ljubljanica es más que un río, es como una columna vertebral que lo conecta todo. A sus orillas hay terrazas, bares, cafés… uno puede pasar horas ahí, viendo la ciudad moverse a su ritmo. Yo solo tenía un rato, pero igual me senté en un café y respiré. Saqué un par de fotos sin mucha presión, dejando que el momento guiara la toma, aunque la luz no ayudaba.

río Ljubljanica, Liubliana, cafés, puente, Eslovenia

Lo curioso es que el río separa dos mundos: de un lado, lo antiguo; del otro, una ciudad moderna, activa, comercial. Pero no se sienten enfrentados, se complementan. Es un buen lugar para ver cómo conviven las raíces con el presente sin conflictos.

Un puente con candados, esculturas raras

En el camino me crucé con el Butcher’s Bridge, un puente peatonal moderno que rompe un poco con el estilo clásico del casco antiguo. Está lleno de candados que dejan las parejas como símbolo de amor, aunque el ambiente no es precisamente romántico: esculturas un poco oscuras y una estructura de vidrio que contrasta con el resto de la ciudad.

Lo primero que llama la atención en el Butcher’s Bridge no son los candados, sino las esculturas. Son intensas, crudas, casi incómodas. Obras del artista esloveno Jakov Brdar, están ahí desde que el puente se inauguró en 2010. Hay un Adán y Eva expulsados del paraíso, un Prometeo destripado por su castigo, y un sátiro sorprendido por una serpiente. No están para adornar: están para incomodar, para hacerte mirar dos veces. Rompen con la idea de puente turístico y lo convierten en una especie de exposición al aire libre, en medio de Liubliana.

Una ciudad para caminar sin expectativas

Liubliana es de esas ciudades que no hacen promesas exageradas. Simplemente está ahí, con su ritmo tranquilo, lista para ser descubierta. No hay que correr, no hay que planificar demasiado. Lo mejor es dejarse llevar, mirar para arriba, entrar donde te dé curiosidad.

El puente que vigilan cuatro dragones

Liubliana tiene muchos puentes, pero el Zmajski Most se roba todas las miradas. Es uno de los íconos de la ciudad, no solo por su estructura, sino por los cuatro dragones de bronce que lo custodian en cada esquina. Según la leyenda local, los dragones moverían sus colas si una virgen cruza el puente… no vi ninguna cola moverse, pero sí mucha gente parándose a tomarse fotos con ellos.

Liubliana fue una escala breve pero curiosa. Un respiro entre asfalto, historia y algo de arte callejero con esculturas que no esperaba encontrar. Ya con algo en el estómago y unas cuantas fotos en la tarjeta, tocaba volver al coche. La ruta seguía, y me esperaban 10 horas de carretera hasta Hungría (no hice fotografias) para saguir a Rumania. Siguiente parada: nuevos paisajes, otro idioma y más historias por contar.

Más de 2000 Kilómetros rodados.